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Crecer con lo que haces: 10 preguntas con Xavier Mañosa
Xavier Mañosa es ceramista y diseñador de Marset. Entre sus lámparas más conocidas se encuentran las colecciones Pleat Box y Scotch Club, ambas realizadas conjuntamente con Mashallah, combinando el diseño digital y la artesanía. De familia ceramista, Xavier se formó en diseño industrial y acabó encontrándose a sí mismo haciendo cerámica. Vivió en Berlín, donde fundó Apparatu, su estudio, y volvió a Barcelona. Hoy, Mañosa es reconocido como ceramista contemporáneo por su experimentación con la mezcla de materiales y el uso de la tecnología para diseñar.
¿Cómo empiezas en la cerámica?
Mis inicios en la cerámica son… ¿naturales, diríamos? Mis padres son ceramistas y me encontré haciendo cerámica. He crecido en el taller de otra persona, que tiene cosas muy buenas y algunas peculiaridades, como que te encuentras de pronto en un lugar, con unas herramientas y un material que han sido elegidos por otra persona. Y a pesar del fuerte vínculo que hay, eso también genera una determinada sensación de separación.
¿Necesidad de independencia?
Cuando te dedicas a un tipo de artesanía, tú vas creciendo con el material y con las herramientas. Con las herramientas que yo he buscado, construido o comprado, tengo una relación muy diferente a las que ya venían de serie. El taller también va mutando: hace ocho años nos mudamos, y eso es muy importante para volver a empezar, sobre todo cuando trabajas en un entorno familiar, en el que existe la herencia del oficio pero también la herencia emocional. Y de pronto das un cambio y vuelves a construirlo todo de nuevo. Tanto es así que a mí me gustaría cambiar ya de taller, y hacer un taller “definitivo”.
¿Qué permite la cerámica que no permita otro material?
No lo puedo comparar con otro material, porque cuando te especializas mucho, el material se convierte en infinito, por lo que no puedo tener una opinión sobre otro. Sí te puedo decir que la cerámica es un material muy flexible y elástico, en el sentido de que te permite muchísimas opciones. También es un material que te da más disgustos que alegrías.
¿A qué te refieres?
Hay un momento en el que tú te separas de la pieza, cuando la metes en el horno, y la dejas ante un elemento externo que no controlas. Hay muchos desastres cuando abres la puerta del horno, recibes bofetadas todos los días, pero con eso vas a tener que convivir siempre. Separarse de la pieza no es agradable porque pierdes el control y ya no estás decidiendo tú sobre ella. A la vez, eso me gusta mucho.
¿Cómo trabajas la luz a través de la cerámica?
Pienso mucho en el material y en el proceso, y para una lámpara que va a ser producida a gran escala, eso es importante, porque todas las decisiones que uno tome se verán reflejadas en la producción. Tengo que tener en cuenta la parte técnica, que parece poco romántica, pero a mí me gusta. En cuanto al material, depende mucho de cual uses ya que su opacidad definirá cómo pasará la luz. Ocurre lo mismo con el proceso y el tipo de molde que apliques: el material entenderá la luz de una manera u otra. Y luego está el mundo LED y los nuevos sistemas de iluminación, del que tenemos que aprender un montón a la vez que intentar optimizar los recursos que ya existen para hacer una lámpara que tenga sentido.
¿Qué significa para ti hacer lámparas?
Se ha convertido en algo mucho más complicado de lo que era cuando empecé. Como todo: tú empiezas con algo y no tienes ningún miedo porque no tienes nada que perder, y solo vas a probar. Tienes muchos menos miedos que los que tengo ahora, a los que, por otro lado, estoy muy agradecido, ya que son los que me alejan de las cosas que hay que esquivar.
¿Cómo te sientes al fusionar la tecnología con la artesanía?
Tenemos unos vínculos muy románticos en relación a la artesanía que, en mi opinión, no son necesarios. La tecnología es algo intrínseco al trabajo manual, porque es aquello que te permite traducir lo que hay en tu cabeza. Es la creación de herramientas, que serán más o menos complejas según la tarea que realices. En mi caso, no hay una tecnología compleja de por medio, aunque ahora que estoy trabajando con extrusión sí que me parece complejo, sobre todo porque lo desconozco. También estoy aprendiendo a usar un programa de simulación de fluidos, que es una locura, y que te permite entender cómo se comportará el material dentro de una máquina, para decidir con criterio antes de invertir en una.
¿Qué transmiten los pliegues de la Pleat Box?
La Pleat Box es una lámpara muy querida por mí. Tiene una organicidad, una forma geométrica e iconográfica que entendemos: es redonda y tiene una parte cónica, y de repente dentro de la regularidad aparece una irregularidad –ordenada– que funciona. Nadie, en ningún momento, se paró a definirla con exactitud, sino que surgió haciendo pruebas con una silicona que queríamos mezclar con la cerámica: cuando descubrimos que la silicona se plegaba así nos pusimos manos a la obra para traducir esos pliegos en el ordenador. Es algo que pasó en un momento determinado y por eso es difícil darle una autoría. La Pleat Box es honesta y sencilla, y por eso me gusta. Es simplemente una pantalla con un gesto que la hace especial.
¿En qué te inspiras para diseñar la Scotch Club?
Ahora mismo tengo que reconciliarme con la Scotch Club, aunque reconozco que en el concepto original había algo interesante a nivel técnico: en aquel momento, Mashallah estaba trabajando con procesos digitales enfocados en la ropa, y la primera idea nació de imprimir un volumen en papel y a partir de ahí desarrollar la geometría de la forma, montándola en papel. Realmente no tiene mucho secreto, y frente a la Pleat Box es una lámpara mucho más simple. Ambas tienen el mismo proceso y acabados.
¿Cómo es tu relación con Marset?
Es de muchos años y, como en toda relación, hay cosas buenas y no tan buenas, pero entre ambos es verdad que hemos logrado un producto de éxito. Les quiero y valoro mucho, cosa que no siempre pasa en el mundo profesional.
